La Colección López Velarde.
Un breve recorrido
Mónica López Velarde Estrada
Al son del corazón, un acervo de aproximadamente mil obras confluye en una visión: México y su riqueza artística. La Colección López Velarde ha reunido pinturas, esculturas, murales, dibujos, miniaturas, biombos, máscaras, cocos labrados, títeres, piezas de arte popular, muebles…, de un periodo amplio de la historia visual de nuestro país, del siglo XVIII al siglo XXI, con una inclinación en el denominado Arte Moderno Mexicano y con énfasis en la etapa que va 1900 a 1950.
Se trata de un itinerario simbólico que desde el 2005 transita una ruta emotiva entre Aguascalientes, Zacatecas y la Ciudad de México. Están pues la vena de Los hijos de Jerez, Ramón López Velarde y su Suave Patria, y la inspiración que han aportado aquellos artistas mexicanos que han hecho de nuestro territorio un espacio para la expresión.
Una visión. Una misión. Una selección
Sensato y arrebatado, cándido y violento, irreverente y cortés, es en el arte donde confiamos el mexicano muestra uno de sus rostros más auténticos, más perdurables, más trascendentes. Construcción de sentidos para conocernos y comprendernos.
Se puede afirmar que el acervo López Velarde ha integrado una selección trascendente de piezas de arte moderno mexicano, entre los que podemos mencionar: José Chávez Morado, Jesús Guerrero Galván, Emilio Rosenblueth y Carlos Orozco Romero; emblemáticos cuadros del pincel de Roberto Montenegro; pinturas excepcionales de Francisco Corzas; un muy específico conjunto de óleos de Manuel Rodríguez Lozano, que representan en su elección la totalidad de los temas que le han dado un merecido lugar en la historia artística de nuestro país; distinguidas obras de Alberto Gironella, así como un cuidado y vasto número de piezas del zacatecano Rafael Coronel.
De arte contemporáneo la colección cuenta con obras emblemáticas de la producción de Maximino Javier y Alejandro Colunga; tiene el especial óleo de gran formato de Benjamín Domínguez, Pan de angustia, agua de aflicción (1999), que contrasta en ánimo con el escogido fondo de Abel Quezada.
Una colección es el intento –hazaña– de construir sentidos. El personaje busca al autor y la obra al coleccionista. El acervo artístico López Velarde deviene de un coleccionista con un profundo amor a México. Apasionado por los múltiples sentidos que tiene el arte de nuestro país, de una dualidad en extremo: cándido y terrible.
El coleccionar no deja de ser un acto poético: espacio de realidad y deleite, de discusión y elección, de toma de decisiones, de conocimiento, esfuerzo, imaginación, libertad para mirar el futuro con optimismo. De reconciliación con una realidad nacional que nos estruja, nos preocupa, nos inquieta, pero que nos concierne, y es en la contemplación, valoración y aprecio del arte mexicano dónde encontramos esperanza en nuestro país.
Fondos y artistas principales
La Colección López Velarde ha reunido una serie de piezas del periodo novohispano. Destacan aquellas de Miguel Cabrera, Francisco Eduardo Tres Guerras y autores anónimos con obras cuyo tema principal es el religioso.
El siglo XIX contiene lienzos que como Sueño de un caballero refrendan una tradición virreinal de la “Vanitas” o “Cuadros de vanidad”, o el Retrato de niño muerto, género tan preciado en la sociedad de la época. También están Manuel Ocaranza, con un San Juan Bautista niño (1862); cuadros atribuidos a Pelegrín Clavé y Roqué, Estudio preparatorio de mujer y retrato de Lucas Alamán (ca. 1850). También encontramos el pincel de aquellos que siguieron la escuela de José Salomé Pina, así como una serie de pinturas de buena calidad académica que están en proceso de ser estudiadas para futuras atribuciones. De finales del siglo XIX destaca de José María Jara, El carnaval en Morelia (1899).
Arte Moderno Mexicano
Un catálogo de importantes artistas que conforman el panorama de corrientes del arte mexicano del siglo pasado nutre esta colección. Abriendo el deslumbrante siglo XX mexicano encontramos la pieza de Leandro Izaguirre, Busto de mujer en rojo (ca. 1903).
En ese trascendental cruce del siglo, del zacatecano Julio Ruelas, dos destacadas obras: y Fauno Niño (1896) y Madre muerta (1901) seguido por un cuadro del célebre maestro de la Academia de San Carlos, German Gedovius: Árabe (1904).
Como parte del horizonte artístico de las primeras décadas de un periodo nacional convulso, la colección cuenta con obra de autores que fueron parte de las Escuelas de Pintura al Aire Libre: Fernando Castillo y Mardonio Magaña. Del que fuera director de la Academia de San Carlos y maestro de significativas generaciones de artistas, Alfredo Ramos Martínez. De este periodo fructífero en presencias está Ángel Zárraga y obra del francés enamorado del arte mexicano, Jean Charlot. Así lo demuestra la encantadora Yucateca con abanico (1925). Cuenta el acervo también con piezas de aquella famosa pareja volcánica: Gerardo Murillo Dr. Atl y Nahui Olin.
De este primer momento del siglo XX resalta un retrato temprano de Rufino Tamayo, Rostro (1927). Obras de José Clemente Orozco, La violación y David Alfaro Siqueiros, Paisaje rocoso que, junto con Jorge González Camarena y Pablo O’Higgins, dan una muestra de la importancia Escuela Mexicana de Pintura.
Lo acompaña a esta versión plástica marcadamente nacionalista la producción de esculturas de los principales autores del periodo: Francisco Arturo Marín, Oliverio Martínez, Luis Ortiz Monasterio, Guillermo Toussaint, Germán Cueto y, de manera destacada, la presencia de Rosa Castillo Santiago con la pieza Madre e hija (1957).
Vale la pena referir en este breve recorrido autores poco estudiados pero trascendentes en el contexto cultural que trabajarán muy cercanos al programa iconográfico del Muralismo. Nos referimos a Rosendo Soto y Héctor Ayala con senda piezas: El guerrillero muerto (1956) y Dos personajes (1967), respectivamente.
Con más fortuna crítica Jesús Guerrero Galván, Fernando Castro Pacheco, Francisco Zúñiga y un fondo muy selecto de José Chávez Morado en el que se incluye la obra tardía Homenaje a Posada.
Entre otras presencias destacas en la expresión nacionalista del siglo XX están: Francisco Goitia, con un estrujante carboncillo sobre papel, Ahorcado con buitre; Agustín Lazo, El criadito (1925); Lola Cueto, Teatro Cucurucholin (1940); Raúl Anguiano, Cirqueros (1954); Alfredo Zalce, Puente de Nonoalco, Tlatelolco (ca. 1940); Arturo Estrada Hernández, Autorretrato (1945); Adolfo Best Maugard, Retrato de Ana Frank (1958); Ricardo Martínez, El descanso (1957); Francisco Dosamantes, Dos mujeres mayas (ca. 1940); Fermín Revueltas, Cuatro mujeres (1935); y Fernando Castro Pacheco, Mujeres (1957), entre otras.
En este orden de ideas destaca el fondo de pinturas que la colección ha reunido de Roberto Montenegro. Del pintor jalisciense, hasta el momento el acervo cuenta con un total de ocho obras cuya selección cae dentro de temas recurrentes como son la fiesta, el carnaval, los bufones y arlequines. Mención especial merece el óleo de gran formato Así es la vida, cuadro conocido también como El Triunfo de la muerte (1942) y Bar Papillón (1934) que firmara junto con Federico Cantú. Y de este último autor regiomontano, dos piezas de aquella temática poco trabajada en nuestros pintores modernos: Cristo acompañado por ángeles (1945) y Eremita en el Triunfo de la Muerte.
De entre los autores y piezas importantes a destacar en esta breve introducción a la Colección López Velarde, está el fondo Alfonso Michel que con cuatro cuadros en su haber se tiene el óleo titulado Vendedora de juguetes (1945), del que la investigadora Tely Duarte descubrió en su reverso otra pintura, tan importante como la que le daba portada al cuadro: Desnudo femenino con mandolina, de clara estética picassiana, de los apreciados periodos Azul y Rosa.
De entre aquellos pintores que son bandera de la colección están: Carlos Orozco Romero con piezas como El hombre de la luna (1962) y Lavanderas (ca. 1957). Se trata del mismo número de su alumno, Emilio Rosenblueth, esa presencia tan singular para la historia del arte mexicano, cuando se posicionó en el panorama artístico de manera autodidacta y tardía en su vida. De las pocas piezas que de él se conocen, el acervo López Velarde tiene siete piezas que representan una ineludible fuente para revisar su trayectoria. El fondo López Velarde tiene una de sus obras más importantes, nada menos que La música (1940).
Contendiendo en protagonismo, en número y calidad, está Manuel Rodríguez Lozano, con siete óleos de primer orden, uno de ellos El Alcatraz (1941). En esa misma línea estética, el acervo ha adquirido obras de su alumno más destacado, que lo seguirá en cuanto paleta y temática: Néfero.
Quizá por la referencia simbólica a Ramón López Velarde es que el repertorio más vasto en número lo tiene el zacatecano Rafael Coronel. Un itinerario de sus motivos constantes, obsesiones y formatos van desde Arlequín (1956), o aquella pieza inédita en cuanto sus asuntos como lo es El duelo (1965). También de un número muy destacado está su compañero de andanzas juveniles y artísticas, Francisco Corzas, con el insuperable cuadro El payaso de las bofetadas (1967) que da portada al libro impreso de la Colección López Velarde.
Siguiendo en Zacatecas, Pedro Coronel con pintura y escultura. Lo que nos permite referir aquí a algunos artistas que protagonizaron el movimiento de Ruptura: Juan Soriano con escultura, Manuel Felguérez y Alberto Gironella, con pinturas.
En lo que se refiere al arte contemporáneo, en la Colección López Velarde las vertientes estilísticas se dirigen a puntos precisos. Consuma el horizonte de pintura mexicana del siglo XX una serie de artistas de la Escuela oaxaqueña. Lo preside un cuadro temprano y enigmático de Francisco Toledo, Sin título, un óleo y arena sobre tela. Lo siguen reconocidos maestros de esa poderosa tierra de artistas: Máximo Javier, Rubén Leyva y Rodolfo Morales; y otros creadores del ámbito oaxaqueño por adopción, como es el caso del japonés Shinzaburo Takeda y el ceramista y escultor Adán Paredes. Recientemente se ha agregado a la colección un mural cerámico de Mauricio Cervantes.
El espectáculo estilístico actual lo completa: Gilberto Aceves Navarro, Alfredo Castañeda, Alberto Castro Leñero, Rafael Cauduro, Elena Climent, Alejandro Colunga, Roberto Cortázar, Benjamín Domínguez, Byron Gálvez, Sergio Garval, Fernando Garrido, Alberto Gironella, Emilio Gironella, Roberto González Goyri, Luis Granda, Luis Filcer, Rodolfo de Florencia, Rubén Leyva, Javier Marín, Jaime Saldívar y Waldemar Sjölander, entre otros.
Otros autores, otras tendencias
En lo que se refiere al arte contemporáneo, en la Colección López Velarde las vertientes estilísticas se dirigen a puntos precisos. Consuma el horizonte de pintura mexicana del siglo XX una serie de artistas de la Escuela oaxaqueña. Lo preside un cuadro temprano y enigmático de Francisco Toledo, Sin título, un óleo y arena sobre tela. Lo siguen reconocidos maestros de esa poderosa tierra de artistas: Máximo Javier, Rubén Leyva y Rodolfo Morales; y otros creadores del ámbito oaxaqueño por adopción, como es el caso del japonés Shinzaburo Takeda y el ceramista y escultor Adán Paredes. Recientemente se ha agregado a la colección un mural cerámico de Mauricio Cervantes.
El espectáculo estilístico actual lo completa: Gilberto Aceves Navarro, Alfredo Castañeda, Alberto Castro Leñero, Rafael Cauduro, Elena Climent, Alejandro Colunga, Roberto Cortázar, Benjamín Domínguez, Byron Gálvez, Sergio Garval, Fernando Garrido, Alberto Gironella, Emilio Gironella, Roberto González Goyri, Luis Granda, Luis Filcer, Rodolfo de Florencia, Rubén Leyva, Javier Marín, Jaime Saldívar y Waldemar Sjölander, entre otros.
Nuevas adquisiciones
Una Alegoría sobre vista de la ciudad de Puebla abre el siglo XX en cuanto a nuevas piezas se refiere. Firmada por Ángel López y fechada en 1929, es un óleo sobre tela que apunta a una factura no académica y que en su discurso plástico apela a la simpleza con muy buenos resultados a partir de una paleta de colores sólidos.
Muy estimada en la colección es la presencia de Jean Charlot. Se ha adquirido un nuevo lienzo del artista. Atractivo en la temática y nombre: El despertar se trata de un cuadro muy consistente en el estilo que definió al autor en esos gruesos delineados de un negro sólido y opaco. Así, una mujer desnuda y recostada presume una larga cabellera oscura que apenas y logra tapar sus turgentes senos.
De los autores que se busca consolidar en la colección, un retrato de niña de Gabriel Fernández Ledesma se agrega al acervo. El cuadro se nombra El vestido rosa que además tiene la peculiaridad de que se trata de un óleo sobre madera.
Una joya recién adquirida esta tallada en madera. Original y encantadora es Mujer en la sierra Lacandona de Ramón Alva de la Canal. También mujer, pero está de la imaginación de Francisco Zúñiga, una escultura en bronce: Mujer con la mano en la cara (1980).
Muy importante en el corpus de obra de Manuel Rodríguez Lozano será la pieza titulada Mujer que corresponde a la serie de personajes que el pintor realizó contundentes y masivos, de estatura y complexión de un gigante que aprisionados en un marco acaso se acompañan de una arquitectura que recuerda a Chirico.
Una Alegoría sobre vista de la ciudad de Puebla abre el siglo XX en cuanto a nuevas piezas se refiere. Firmada por Ángel López y fechada en 1929, es un óleo sobre tela que apunta a una factura no académica y que en su discurso plástico apela a la simpleza con muy buenos resultados a partir de una paleta de colores sólidos.
Muy estimada en la colección es la presencia de Jean Charlot. Se ha adquirido un nuevo lienzo del artista. Atractivo en la temática y nombre: El despertar se trata de un cuadro muy consistente en el estilo que definió al autor en esos gruesos delineados de un negro sólido y opaco. Así, una mujer desnuda y recostada presume una larga cabellera oscura que apenas y logra tapar sus turgentes senos.
De los autores que se busca consolidar en la colección, un retrato de niña de Gabriel Fernández Ledesma se agrega al acervo. El cuadro se nombra El vestido rosa que además tiene la peculiaridad de que se trata de un óleo sobre madera.
Una joya recién adquirida esta tallada en madera. Original y encantadora es Mujer en la sierra Lacandona de Ramón Alva de la Canal. También mujer, pero está de la imaginación de Francisco Zúñiga, una escultura en bronce: Mujer con la mano en la cara (1980).
Muy importante en el corpus de obra de Manuel Rodríguez Lozano será la pieza titulada Mujer que corresponde a la serie de personajes que el pintor realizó contundentes y masivos, de estatura y complexión de un gigante que aprisionados en un marco acaso se acompañan de una arquitectura que recuerda a Chirico.
Una pieza que se agrega al sólido fondo de Carlos Orozco Romero es el cuadro titulado Tehuana, de 1945, el cual participó por aquellos años en la exposición de Arte Mexicano, Antiguo y Moderno, en París, por esa década y cuyo comisario general fue Fernando Gamboa.
Otra representación de mujer es la nueva adquisición de un cuadro atribuido a Raúl Anguiano: Mujer costeña. De pie y desnuda, el retrato resalta una complexión típica de las mujeres de aquellas regiones. Candorosa en su proyección ante el pintor, la bella solamente contrasta su contundente belleza oscura con un paño rosa pálido, simple y sugestivo como ella.
Mención especial es para la obra recientemente adquirida de Emilio Amero titulada Paisaje clásico con caballo, un óleo sobre tela de formato cuadrado. Se trata de un delicioso cuadro donde una serie de personajes desnudos conviven con un gran caballo blanco, protagonista indiscutible del lienzo. Un paisaje metafísico de montañas, vegetación y arquitecturas da cuenta de aquel original imaginario mexicano que caracterizó al nativo de Ixtlahuaca.
De Jorge González Camarena, además de Boceto para la ofrenda (ca. 1932) y Sueños (1962), la colección López Velarde tiene el cuadro titulado La sombra (1955), en donde sobre un suelo desértico y lleno de restos de maderos, piedras y hojarascas se yergue la representación de una mujer desnuda que arroja su sombra de esqueleto en un muro de textura resquebrajada. ¿Un paredón acaso? Un nuevo cuadro del autor se integra a la colección para dialogar con éste: El paredón de los Judas (1952).
Abel Quezada, con su frescura y talento, es de los autores consentidos de la colección. Recientemente se han adquirido una serie de muebles en cuyos elementos estructurales se han colocado pinturas del autor regiomontano. El también ilustrador y cuentista ha realizado con humor y cercanía afectiva, los retratos de personajes de la historia nacional. Son Un biombo histórico con el retrato del General Ignacio Zaragoza y la representación de su caballo blanco. También un Armario con los retratos del presidente Benito Juárez y sus famosísimos antagonistas históricos, Maximiliano y Carlota. Así como un cuadro Homenaje a Fred Astaire y a su legendaria pareja de baile Ginger.
Otras piezas que se han integrado recientemente son: Francisco Gutiérrez, Dos miradas (1939); Agustín Lazo, Mujer cociendo en el valle; Roberto Montenegro, Caballos (1950); Jesús Guerrero Galván, con dos piezas, una de ellas Cabeza de danzante (1951), un espectacular Retrato de Manuel Rodríguez Lozano (1949) de Harold Winslow; una cita plástica a Las Meninas de Jazzamorart; un mural cerámico de gran formato de Maximino Javier, así como una serie de anónimos mexicanos y extranjeros, próximos a encontrar su lugar y valoración en el discurso plástico mexicano.